Hoy vacilaba si escribir un mensaje de esperanza. Lo haré. Hoy toca levantar la mirada y en el acto, mirar desafiante a ese oscuro y lúgubre futuro que tantos plantean. A la supuesta, quizá ya ansiada, tragedia que nos espera. Que parece ser inexorable, llena de amargas páginas. Abarrotadas estás de los subrayados tradicionales, cambio climático, inmigración, recursos, guerra y pandemias. Y como no, escrita con la negra pluma del más negro pesimismo.

Parece imposible levantar la mirada. Vivimos inmersos en un bombardeo de negatividad sin descanso  a través de todos los medios. Las noticias se suceden contadas desde la peor de las perspectivas posibles, con una intencionalidad propia de una suerte de pesimismo social agudo. Un estado de ánimo generalizado, que lo impregna todo y que sitúa al hombre en la posición de un barco a la deriva, que zozobra sin control, y que, aún sabiéndose rodeado de tormentas, no parece ser capaz de coger el timón.

Querría dar malas noticias a todos los agoreros que rebuscan diariamente el titular más tétrico, como medio de profundizar en el abismo del neo pesimismo del primer mundo, pero voy a empezar por darles las que querrían oír.

Tenemos unas tasas enormes de inmigración, prácticamente descontrolada, con unas llegadas anuales de decenas de miles de personas en busca de un futuro, un lugar seguro, o la promesa de un trabajo legal. La inmigración es un concepto nuevo en la humanidad de la era post industrial. Todos los visigodos que se instalaron en la península en el siglo V se estiman entre 80.000 y 300.000 personas, para una población de unos 4 millones, un 7,5% en el mejor de los casos. Ahora mismo se estima, que en España el 13,1% de la población es extranjera, sin contar a quienes son nacidos de padres extranjeros. La inmigración de personas de culturas diferentes es un problema social de primera índole. Conlleva, generalmente, como en Francia, conflictos sociales y la guetización de colectivos completos, tensiones culturales y religiosas y el aumento del crimen. Decía Josep Borrell que Hungría prefería envejecer a mezclarse. No es verdad, realmente la mezcla es prácticamente nula. Nadie se mezcla. No en una ni en dos generaciones. Se convive de forma separada. Identitariamente, la inmigración es una ruina para una nación sin Estado y económicamente a la larga también. Estas son realidades sobre las que subyace el acto humanitario obligado de ayudar a quien lo necesite. En nuestro caso, ¿Es esa inmigración el ocaso del pueblo vasco?

En otro orden de cosas, el tejido industrial europeo lleva tiempo perdiendo posiciones contra el modelo de producción chino y asiático en general. No es posible competir en un mundo tan globalizado con legislaciones laborales tan diferentes. La economía Europea es probable que pierda posiciones en los próximos años, haciendo de Europa un lugar menos atractivo donde instalar empresas. Los problemas de natalidad a nivel europeo harán más difícil conseguir mano de obra cualificada, junto a un agudo problema de relevo generacional. En el caso de los 4 territorios forales, enormemente grave. Esa situación compromete nuestro futuro para las personas que hoy tienen entre 40 y 55 años de forma inmediata. Puede que tengamos trabajo hasta los 65 pero es más probable aún que no tengamos jubilación. No la que ahora tiene un jubilado medio. Otra, quizá de sustento, trabajando más años.

A ellos le unimos la amenaza del cambio climático y el agotamiento de los recursos como elemento final de la ecuación del pesimismo, mientras nos hacemos eco de las advertencias concisas y realistas de los científicos. Un cambio climático no es una broma, puedes pasar de vivir rodeado de una selva a un desierto en 50 años mientras miras por la ventana.

Al cóctel se le presupone un terrible sabor, nefasto. Pero querría contaros la intensidad de la luz que atisbo a observar, viéndola a través del marco diáfano que ofrece siempre la esperanza y el análisis de los datos. En el concepto migratorio, nos enfrentamos a un cambio de ciclo en conceptos demográficos a nivel planetario. Por primera vez, quizá en la historia de la humanidad, la población mundial tiende a retroceder. Sé que asistimos a un periodo de movimientos migratorios nunca antes visto, pero tiene un límite y un horizonte de cambio a no muy largo plazo, 10 años máximo. Ningún lugar desde los que está viniendo población hacia Europa, con poquísimas excepciones, está teniendo ratios de crecimiento poblacional que puedan mantener la tasa de emigración en el tiempo, ni en África y muchísimo menos en Sudamérica. El flujo migratorio va a rebajarse en el tiempo y puede que cambie de destinos.

Sobre el tejido industrial, debemos tener en cuenta la capacidad de resiliencia y adaptación que ha tenido el suelo europeo en su historia. Vamos a tener problemas demográficos graves en 25 años, una pirámide invertida en un continente anciano. Soy optimista, podemos aprender de Japón, podemos establecer planes de desarrollo profesional más allá de la jubilación en tareas intelectuales que no precisen fuerza física notable. Una persona jubilada puede trabajar unas horas al día y mantener una saludable actividad mucho tiempo. En Japón hay mucha gente trabajando en edad de jubilación en horarios reducidos, no es ningún trauma. En otro orden de cosas, hay mucha innovación por desarrollar y podemos atraer a las mejores mentes asiáticas a nuestro modelo democrático de libertades. Pocos sitios habrá para vivir con la calidad de vida que podemos ofrecer en Vasconia.

Sobre el cambio climático, poco añadiré. La caída de la población va a relajar la presión del ser humano sobre el medio ambiente. Esto es un hecho. La cultura de la movilidad va a cambiar, si no lo está haciendo ya. Creo que hemos cogido el problema a tiempo.

Y en cuanto a nosotros, a nuestra Vasconia foral. A nosotros nos asola un pesimismo que me preocupa, mucho. Y tiene que ver con el crecimiento de la autocomplacencia y la bajada de uno de nuestros más agudos caracteres, la obstinación. Nuestro fin y nuestra supervivencia no serán determinados por un problema mundial. Lo que nos pase, será con nosotros como actores y nuestra autocomplacencia u obstinación como cómplice.

Hay un principio que ha marcado en la historia la diferencia entre los pueblos que sobreviven y aquellos que fenecen. Pueblos orgullosos, todos, ya olvidados en los libros de historia. De muchos apenas quedan menciones entre líneas o capítulos sobre sus culturas e idiomas que nos tenemos que imaginar. Ahí tenemos a los Eduos, los Etruscos, los Cartagineses, los Vacceos, los Hititas, etc. Aunque parezca mentira, mientras todos esos pueblos existieron, coetáneamente también lo hacíamos los vascos.

Entre los pueblos que no han fenecido a las angustias del peso de la historia, historiadores, antropólogos y sociólogos coincidirán en su análisis en variados factores, citando entre ellos las intrigas palaciegas, la demografía, la economía, el clima o incluso la suerte. Pueblos inmensos y diminutos han desaparecido. Con sus idiomas, sus culturas y monumentos, y quienes nos hemos quedado es causa de la obstinación de cada individuo en perseverar en su identidad como miembro de un pueblo. Hacer del yo una parte del todo, para que el todo sea un reflejo del yo.

Es por ello que nuestra supervivencia sólo es producto de una marcada obstinación. La hemos tenido impresa en la resiliencia que hemos mostrado durante siglos y la seguimos teniendo en cuantas decenas de actividades culturales y defensa de nuestros estamentos políticos, cultura e idioma, hacemos. La tenemos en nuestros partidos políticos, o nuestro entendimiento de la foralidad como límite soportable a la injerencia de un tercero. Y en ejemplos vivos, de conducta en las familias. Es ese acto de muchos padres, por el que han hecho de su casa un baluarte de la lengua vasca. Yo mismo lo hice. No me movió la practicidad, fue la obstinación.

La obstinación debería ser una fuerza social incombustible. Empujar a un grupo humano a no ser devorado por el gigante ciego de la mediocridad de otro. A resistir la influencia, a través de la cual, un pueblo acaba diluyendo su identidad, alcanzando así una cómoda insignificancia. En los últimos tiempos veo que nuestra obstinación languidece, se rinde, abrumada por la velocidad de un mundo globalizado, más desconectado que nunca de la humanidad y el humanismo.

Diría que debemos perseverar, obstinarnos en seguir caminando. En el universo de los elementos vascos todo está sostenido por la malla férrea de nuestra obstinación. Nuestra lengua, la primera, no sobrevivirá a estupideces tan audibles hoy como “Para qué voy a hablar si ya lo habla mucha gente”. No sobrevivirá sin transmisión de padres a hijos, sin activismo, sin ejemplo a los jóvenes. Nuestros gobiernos. Los cuales no pueden dejar de trabajar con intensidad, cayendo en la autocomplacencia de decirse a sí mismos 1000 veces que ya somos una nación. Nuestros acuerdos con las potencias que nos rodean, que deben mostrarnos la cruda realidad de todo lo que nos queda por hacer, para sentarnos en una silla a su lado y a su altura entre las naciones de Europa y, por último, nuestra identidad política, esa a la que damos tantas vueltas y nombres. En nuestro pequeño país de países forales todo cuenta, todo importa, todo suma y todo resta. Obstienmonos en seguir, no hay otro camino.

3 comentarios en «La obstinación»

  1. Ya se ve, o creo verlo, por dónde va usted, y ya le digo de entrada que no voy a entrar al trapo.
    Está usted, creo yo humildemente, obsesionado con la identidad del pueblo Vasco. Y le diré que coincido con usted muy poco, por no decir nada. Usted todo lo lleva a su molino, pero los demás no podemos responderle como a lo mejor le corresponde. Pero ¡ faltaria más ! Usted puede opinar lo que quiera. Otros ni tienen ni han tenido tanta suerte.
    ¿ Me entiende usted ?
    A propósito, hace no sé cuánto tiempo, le solicité muy amablemente, que me indicara como se forman los subjuntivos en euskera y creo, le hablo de memoria, que no he recibido contestación al respecto.
    Pero no se preocupe, lo entiendo perfectamente porque veo que está usted muy preocupado.
    Eskerrik asko.

    1. Hola
      Siéntase libre de responder como estime oportuno, con total libertad, eso si, desde el respeto.

      Le agradezco la visita al blog y la petición de los subjuntivos. Voy a hace una página sobre ellos este fin de semana.

      Atentamente

  2. Siempre he sido, soy y seré respetuoso. Pero núnca, repito núnca, he obedecido a ningún ¿ líder? con los ojos cerrados. Y eso BORJA ( barkatu, pero no sé sus apellidos) es lo que está pasando. La historia se puede escribir de muchas maneras. Usted escribe la suya.
    Yo, sin ser tan inteligente como usted, podría escribir una historia diferente a la suya. Y también sería coherente.
    Acabo Borja.
    Los nacionalismos, todos, siempre han sido excluyentes y racistas, menos cuando nos benefician.
    En cuanto a lo de los subjuntivos, creo, le hablo de memoria me contestó usted, pero se fue por los cerros de Ubeda. Espero otra respuesta.
    Y si no, tampoco pasa nada.
    Muchas gracias por atenderme.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.