Escribía hace unas semanas “El sólido abrazo”, donde daba cuenta de que necesitamos hacer un revisionismo a nuestras metas y tener altura de miras para separar lo trascendental de lo superfluo. Trabajar de forma pragmática e inteligente en lo posible, lo probable y lo necesario, sin hacer caso a las pasiones más diminutas y egoístas.
He recibido halagos y críticas, las agradezco ambas por igual, pero las críticas no entran en la sustancia del artículo, ni en la idea que refleja, que no es otra que la necesidad de dotarnos, por encima de visiones simplistas, egoístas y diminutas, de un concepto nacional posible y legitimable. Más bien se dirigen, a lo que el artículo critica, los conceptos nominativos.
Hay quien me ha recordado que el sujeto político de los vascos es Euskal Herria. Es preciso aclarar que hay una gran salvedad entre un hecho antropológico y un hecho político. Euskal Herria es y fue un hecho antropológico, un denominativo, por el que las personas hablantes del Euskera identifican una extensión, variable en lo geográfico y en la densidad de sus hablantes. Euskal Herria llegaba poco menos que a Ezcaray hacía el sur y de allí a buena parte de las actuales Landas en Francia. Se tiene conocimiento desde, al menos, la edad media y así ha quedado escrito por autores alaveses como Lazarraga en 1564 o navarros como Axular en 1643.
Dicho esto, convertir un término antropológico en político tiene inmensas dificultades. Empezando por que el término antropológico, no abarca al completo el término político, y donde lo abarca lo hace en diferentes densidades. Lekeitio, Oñati o Azpeitia se podrían determinar inequívocamente como Euskal Herria, ¿Lo serían Oion, Elciego, Murchante o incluso zonas del Gran Bilbao? Si delimitamos entonces Euskal Herria al concepto histórico y fijamos en un mapa según una visión particular como creemos que es, ¿Para que nos vale? En un porcentaje de localidades de ese mapa imaginario, Euskal Herria, o no existe, o es residual o es minoritaria. Euskal Herria ha sido en diferentes épocas mucho más Euskal y mucho más Herria que hoy, pero las creaciones políticas de quiénes habitaban Euskal Herria se llamaban Reino de Pamplona, de Navarra, Ducado de Vasconia, Señorío de Durango, de Bizkaia, Ayala, etc…
Euskal Herria no ha tenido tesoro, ni leyes homologables a su extensión, ni moneda, ni reyes ni reinas, ni señores. Mientras parte de Euskal Herria pertenecía a un institución política, reino o señorío, otra escapaba a otro, bajo conquista o bajo el interés de 4 nobles de estómago agradecido. Euskal Herria vive en mi casa, donde la lengua vasca vibra, recuperada tras 2 generaciones y en mi día a día con clientes y amigos, como en el de muchos que amamos la lengua y cultura vasca.
Pero no podemos ofrecer Euskal Herria, que es un patrimonio cultural e inmaterial como propuesta de principio político institucional. Hecho político, donde puedan residir los derechos y obligaciones ciudadanas. Sobre todo porque nos enfrentamos a la dificultad de legitimar entre nosotros mismos el hecho. Sin entrar en lo que costaría a efectos internacionales. ¿Vamos a pasar por la ONU a contarles que unos escritores hablaban de Euskal Herria en el siglo XVI? ¿Con escritos de Lazarraga? Y las instituciones, los reinos, los reyes, los tratados internacionales, las declaraciones políticas, o lo más importante, ¿La memoría política colectiva de otros Estados donde está? ¿Qué Estado europeo tiene la más mínima noción en sus tratados desde hace 500 años de Euskal Herria?
Todo, absolutamente todo en la historia se ha legitimado en un poder político previo. Y lo que es previo se ha creado por fuerzas que en el siglo XXI no conviene, ni es posible ejercer. Casi todos los Estados están legitimados en una terrible historia de guerras y sufrimiento, padecido y hecho padecer. Para que cada uno de esos Estados este en un mapa, se han hecho cosas que nadie está dispuesto y nadie debe hacer en el siglo XXI. Y los que no han aguantado es porque, como a nosotros, nos han ido dividiendo por capítulos, hasta que eramos demasiado débiles para defendernos. La misma historia del Estado Español desde su fundación en 1841 es una suerte de ardides y violencia, sobre todo violencia contra su propia población a fin de hacer prevalecer la versión “made in Castilla” de España sobre las demás.
Debemos ceñirnos a lo que tenemos, algo menos de 2,7 millones de habitantes que viven en un Estado que se llama España, bajo una forma de autogobierno que reconoce la existencia previa de unos derechos, leyes y normas propias, los cuales dan forma a instituciones propias. Todo ello siempre supeditado a los intereses y necesidades, incluso identitarias, de un poder superior, que es la autoridad de los gobiernos de Madrid y jueces españoles. Señores de marcada identidad nacionalista española que pueden retorcer la ley a placet hasta que diga lo que convenga. Además hay alrededor de 300.000 personas que viven en una forma jurídica de otro Estado, de las cuales un 20% habla euskera de forma activa y otro 10% más de forma pasiva y con los que no tenemos medio alguno de conformar una comunidad política propia.
En esa realidad subsiste otra en la política española. El crecimiento de un nacionalismo español radical que dinamita lo que toca. Un ejemplo evidente es el mismo UPN, donde el discurso radical, falaz y duro del nacionalismo español ha contagiado a un partido que fue foralista y navarrista hasta llegar a la traición de sus propios diputados. Pero también a un PP que quiso llegar a un centro político y hace suyo ahora un discurso duro y radical, peligroso para nuestra foralidad, sólo por no ser adelantado por la derecha por VOX.
Por tanto, nos conviene actuar con inteligencia. Hay una forma difícil e inteligente de hacernos más fuertes que incluye ceder cosas y otra forma más pasional, irracional y fácil de hacernos cada vez más débiles pretendiendo tener el 100% de lo que no tenemos, ni sabemos como obtener.
Debemos plantearnos cuán poco diverso es, entre sí, lo que las 4 instituciones forales del Estado representan. La foralidad es al fin y al cabo la determinación de la identidad. La existencia de la foralidad a través de los siglos, siempre ha representado la existencia de un poder propio y soberano, sobre un poder externo. Lo que tenemos de común denominador es la ansiedad de mantener y extender ese poder. Lo inteligente es que tratemos de obtener soberanías mayores sin entrar en conflicto entre nosotros.
Sentarnos en una mesa con las cartas boca arriba y llegar a la concreción de un espacio foral único sólo posee ventajas. Un día habrá que hacerlo. Vagamos, ya hace años, sobre una corriente centralizadora, no deberíamos esperar a que las recetas de VOX lleguen al gobierno de España. VOX, Cs y PP representan apenas el 10% de los votos de la CNF y la CAV, no deberían marcar la agenda. Un espacio foral para avanzar en lo que es un objetivo común, mejorar el autogobierno y poder plantear desde la legitimidad histórica, si es necesario, una relación diferente con España.
Es y será más correcto e inteligente, que ese espacio foral sea una continuidad de Nabarra y que así quede escrito, sobre todo por si un día gracias a VOX tenemos que pasarnos por la ONU. Pero no nos equivoquemos, a la postre lo creado debe ser una institución política que ampare los derechos civiles, no una creatividad para ondear banderas o rescatar nombres y títulos. Un hecho político legitimable e indiscutible.