Saludos amigos y socios:
La lectura de tan elaborados e interesantes textos me anima a escribir esta carta y compartir experiencias, ideas y reflexiones, pues no teniendo, por norma general, excesivo tiempo para la reflexión, ha sobrevenido con esta crisis sanitaria, un ineludible espacio para encontrar y tejer pensamientos elaborados.
Aunque he dedicado siempre mi intelecto hacia el desarrollo profesional empresarial en el mundo de la informática y el resto de mi ingenio a la reflexión sobre filosofía política. Tengo espacio en estas inesperadas circunstancias para compartir un pensamiento que, estoy seguro, forma parte ya del discurso popular. Aunque quizá lo sabíamos, hemos tomado consciencia última de lo enormemente insignificantes que somos en nuestro yo individual, ante el poder desconocido y colosal de la naturaleza. Como ésta toma el control de nuestras vidas a través de sus más pequeñas creaciones y como todo nuestro potencial, nuestro conocimiento y nuestra soberbia no nos permite, sino reconocer casi arrodillados, que toda nuestra ciencia no siempre es capaz de absorberlo y solucionarlo todo.
La naturaleza nos ha dado una cura de humildad, al individuo que somos y también al individualismo y un toque de atención a nuestro devenir social y a nuestro entendimiento de la existencia humana. Una cura que no será la última. Algo que quizá olvidaremos con prontitud. Será un error. De este planeta somos, más que dueños, invitados y como me dijo, en una charla magnífica, un miembro de la Agencia Espacial Europea (ESA) “Hay enormes probabilidades, de que lo que tenemos, es lo mejor que vamos a encontrar tras milenios buscando en la inmensidad”.
El ser humano no representa nada en su individualismo, ni siquiera sus reflexiones más filosóficas tienen valor si no tiene un grupo humano con el que compartirlas. Todas nuestras querencias no son nada, si no viven de la creación de un sueño colectivo. Pero frente a esa insignificancia individual, encontramos la significancia de nuestras creaciones colectivas, de nuestros sueños comunes y de nuestros proyectos compartidos. Proyectos como la Sociedad Bilbaina.
Hace alrededor de 6 años que soy miembro de la Sociedad. Me hice socio con 38 años, con la convicción de buscar, en un segundo periodo de mi vida, espacios de encuentro diferentes y enriquecedores. Desde entonces he observado el gran compromiso de los socios y asociados por resguardar y mantener el alma de la Sociedad. Este amor por la pervivencia de la institución invita a percibir que la misma es un proyecto dotado de alma, personificado en unos valores que se han de mantener, mejorar y actualizar, pero sin alterar su esencia.
De la misma manera que toda nuestra ciencia no es nada contra el poder abrumador de la naturaleza, todo nuestro individualismo no es nada contra el poder abrumador de los proyectos comunes. Dirán que toda la biblioteca de la Sociedad cabe en un “pendrive”. Un hombre sólo con un “pendrive” es la visión más triste de la creatividad humana. Por eso espero trasladar siempre, con la convicción y determinación requeridas, como de importante es dar continuidad a este proyecto colectivo que muchos de vosotros durante decenios habéis traído hasta hoy.
Si dentro de ese proyecto compartido hay un objetivo claro e irrenunciable, es la continuidad y la participación de nuevos miembros. En ese sentido, pienso en voz alta, que quizá ha llegado tras esta crisis, un nuevo momento de oro para la Sociedad, quizá nos hayamos dado cuenta de que somos significantes dentro de un proyecto común compartido y que abarrotar lugares de los que no somos nada sino visitantes, ya sólo no aporta nada, sino que no es recomendable ni saludable.
Deseo que todos los socios disfruten con salud de este periodo de reflexión y pronto recuperamos la normalidad y la actividad y podamos “seguir en sociedad” en nuestra Sociedad. Hasta entonces un afectuoso saludo para todos.