A menudo el recorrido por la historia del pueblo vasco se hace tomando referencia de sucesos de nuestra historiografía política. Siempre con saltos temporales entre reinados, batallas y pactos, de forma que la radiografía que imaginamos de la sociedad, de la vida diaria, cultura y costumbres y sobretodo adscripciones políticas, es la del momento correspondiente al evento político del que hablamos. Dibujamos así una idea de la sociedad de cada momento histórico, que solo es fruto del dominio y del poder político, obtenido este, a través del uso de la fuerza y la coerción de los individuos e interpretamos los deseos de la sociedad a través de elementos como la traición y la lealtad entre personajes individuales.
Nada en la historia del pueblo vasco hasta los últimos 150 años y de forma transparente los últimos 90 años, con la interrupción del Franquismo, está basado en ningún deseo popular, ni votación, ni toma en consideración de propuesta popular alguna. No es la historia del cumplimiento de los deseos de los hombres, sino la historia de cómo unos hombres, han impuesto sus deseos a una sociedad. No nos llevemos a engaño, los vascos no hemos hecho casi nada en nuestra historia de forma democrática, ni un solo cambio en la estructura política del reino de Navarra o el señorío de Bizkaia ha partido de consultas libres a la población. Todo se resume en que unos determinados sujetos a lo largo de nuestra historia han impuesto, defendido o traicionado sistemas políticos que han hecho y deshecho influencias y fronteras administrativas. Y bajo todo ello, bajo ese juego de poderes, la sociedad que ha sufrido esa parte de la historia política ha sido la misma, y hasta finales del siglo XVIII lo ha sido sin que el poder político pudiera apenas transformarla.
Para ser honestos con la lectura de la historia, esta debe tener una lectura social alternativa a la historia política. Las personas, la sociedad, no han cambiado porque tal o cual rey tomase o dejase tal o cual castillo, fuerte o ciudad. No han existido en la historia los elementos institucionales con los que contamos hoy en día para transformar la sociedad. Cuando en el año 1200 un rey castellano arrebataba a Navarra, Vitoria-Gasteiz tras un año de asedio, los alaveses, su sociedad, no cambió en nada. Dejaron de ser políticamente navarros pero continuaron siendo vascos, que no era sino la adscripción cultural de la mayoría de los navarros. Los vizcaínos eran tan navarros bajo el mando del tenente Ladrón de Guevara como los mismos habitantes de Pamplona o la cuenca del Bidasoa, y cuando los juegos de intereses personales arrastraron a Bizkaia a orientarse hacia el reino de Castilla no fue fruto de un referéndum, ni su sociedad lo eligió.
Bajo todo el volumen de datos y visibilidad de la historia política, subyace la historia social del pueblo vasco. Historia que es mucho más homogénea que la historia política y nos posibilita entender y apreciar la historia del pueblo vasco dentro de un todo, que ha tendido en los últimos siglos a una mayor diversidad por la influencia política de Castilla y luego España y Francia. Sin perder sus signos culturales compartidos, que hoy nos permiten identificar su extensión. A pesar de los cambios políticos, a pesar de la paulatina desmembración del reino de Navarra, icono político por excelencia del pueblo vasco, seguimos encontrando el poso social del pueblo vasco en un área geográfica que determina su extensión. Podemos decir sin riesgo a equivocarnos que no hay un poso social vasco en la mayor parte de Cantabria, Burgos o Aragón que sí existe en La Rioja, Navarra, Bizkaia, Álava, Gipuzkoa y Pays Basque. Hay elementos culturales, muchos, que forman parte de ese poso social que vive sumergido en la historia bajo los reinados y las batallas. Elementos como el deporte vasco que son parte del acervo cultural observable. No es casualidad que haya frontones por doquier desde Donapaelu en Bajanavarra a Ezcaray en La Rioja. Es simplemente producto de la historia social del pueblo vasco. Son innumerables las manifestaciones culturales en La Rioja o sur de Navarra en las que si escarbas un poco en su origen encuentras en ellas un origen vasco basado en danzas vascas o celebraciones paganas.
Debemos empezar a entender y separar la historia política de la social, discutir sobre si tal o cual pueblo es navarro o alavés, solo porque tal o cual rey se le ocurrió o intereso conquistarlo o dejar de hacerlo. Bizkaia fue parte de Navarra 300 años antes que Tudela, y Hondarribia ha sido más años políticamente Navarra que Cintruénigo. La discusión sobre la historia política hecha por demócratas el siglo XXI se torna en ridiculez cuando ninguna de esos cambios de poder se ha decidido, jamás, en una urna. El poder político ha sido hasta la llegada de la democracia resultado de la decisión de unos pocos y sus intereses particulares. Por eso querer legitimar que es y que deja de ser en base a esa historia política es un atentado contra el sentido común.
El pueblo vasco ha tenido una historia política cruel. Un pueblo pequeño, encerrado entre otras potencias e intereses que cuando ha conseguido reunirse en una conjunción de intereses ha sido objeto de las políticas de expansión de terceros y que no ha podido mantener estructuras políticas duraderas ni dejar de perder el control político de áreas importantes donde la sociedad tenía una identidad mayoritariamente vasca. Un pueblo vasco que en su concepción social ha sido objeto de un persistente interés de dividirlo, de enfrentarlo a marcas nominativas, de desocializarlo buscando diferenciarnos a través de entidades políticas enfrentadas.
El pueblo vasco, en su historia social, puebla los territorios de Bizkaia, Álava, La Rioja, Gipuzkoa, Navarra y el actual Pays Basque. Los puebla compartiendo un poso cultural común, en infinitas concepciones políticas producto de la influencia de la historia política, por eso es momento de que tomemos las riendas de nuestra historia política desde nuestro común social, para en la diversidad que nos enriquece inaugurar una comunión de intereses políticos que no nos separen más, nunca más, sino que nos unan. Un concepto político donde convergen la historia política con la historia social del pueblo vasco.