El ser humano ha tardado cientos de años en desarrollar ideas como el patriotismo y la nacionalidad. Antes del Romanticismo y su apogeo en la primera mitad del siglo XIX, las personas no tenían una nacionalidad determinada, ni un sentimiento patriótico nacional sino una muy cercana conexión a la familia y al reducido grupo humano del que procedían, significado en la comarca o valle. Un apego a su cultura e idioma, en el que reconocían a los suyos y a su legalidades más cercanas (fueros) que mantenían un orden y una cierta seguridad jurídica en su entorno. No había nada parecido al patriotismo nacional de bandera e himno que vivimos hoy en día.
Las relaciones personales de poder se basaban en el principio de lealtad, conseguido este de un tercero, a base de ensanchar y mantener sus beneficios presentes y prometer nuevos futuros, sustentado todo ello en el valor del juramento y el honor personal. Todo ello en una jerarquía de lealtades compradas y recompradas hasta llegar al pueblo llano. Los aventureros y hombres con empresas comerciales buscaban financiación en un reino y sino la obtenían iban a otro, no era una cuestión de banderas sino de negocio, no había ningún patriotismo, ni nadie esperaba conseguir una victoria común de un acto personal.
Las victorias eran para los reyes, ni siquiera para el reino y si había que bombardear ciudades del reino y aniquilar a sus habitantes se hacía sin ningún rubor de sentimiento nacional alguno. Hasta el siglo XVI el poder de los reyes y sus dominios era inmensamente variable, y de ahí en adelante, tan absoluto que el Estado en sí era el propio rey. Los reyes promocionaban a unos nobles que esperaban les fuesen fieles y leales y lo que hoy se dibuja en el cine y literatura como actos heroicos nacionales, no eran sino acciones realizadas en la búsqueda del beneficio personal y la gloria. Las grandes gestas en torno a tal o cual reino, hoy país o región, se hacían satisfaciendo el interés del rey, que encarnaba el Estado en sí, no eran fruto de intereses nacionales sino particulares. El tesoro nacional, era el tesoro del rey, la bandera nacional era su estandarte familiar, sus empresas aventureras formas de obtener beneficios y sus conquistas militares atajos para obtener poder, estratégico o económico. Cuando un territorio se conquistaba era para el rey, fuese Perú o Virginia, los derechos de explotación eran del rey, y los del comercio, donde comisionaba por cada transacción, también. En cada conquista militar los habitantes del reino, desde los nobles a los labriegos, solo estaban interesados en cuales eran los provechos que podían sacar, pero no existía nada parecido a una exaltación de la patria. Los soldados, en gran parte mercenarios, luchaban bajo sus pendones, no por un país, y el señor, conde o rey luchaba por sus intereses que no eran los de ninguna patria sino los suyos de cada momento. Solo en momentos puntuales de defensa personal de la población en su propio suelo, existía un concepto similar a un patriotismo altruista.
Lo que hoy es, en manos del sentimiento español, la “tragedia nacional” de entregar Gibraltar a Inglaterra, no fue tal. No había ningún sentimiento de territorialidad comparable al que hoy pulula en el nacionalismo español. Los territorios eran propiedades del rey con todo lo que había dentro, desde ovejas a armerías, a montes y ríos, no había españoles con mapas y banderas en su casa. Nadie pasó ese día de 1715 una mala noche acuciado por esa pérdida nacional, nadie convocó una manifestación con lemas como “Gibraltar no es negociable”, ni nadie en nombre del rey preguntó su opinión a los Gibraltareños. Simplemente toda esa angustia de pérdida nacional, o de profunda herida patriótica la ha creado el nacionalismo español con posterioridad. Eso y todo lo demás que nos bombardea día sí, día también. El término “Reconquista”, nunca usado hasta el siglo XIX, la nacionalidad española, la generalización de ser españoles de quién jamás fueron sino navarros o vascongados, el idioma oficial, o la propia configuración de un Estado Constitucional donde había reinos y territorios forales con poderes de Estados asociados.
La historia nos llega distorsionada, observada siempre a través del prisma del presentismo, esa forma de presentar acontecimientos del pasado con mentalidad del presente. Queriendo hacer de ella una realidad alternativa, entendible y de fácil digestión según los intereses nacionales de quien tiene la capacidad de construir el relato. Por eso, a quien hoy la construye desde el prisma de la españolidad, le importa poco lo manoseado y forzado de la versión que ofrece. Al fin y al cabo es una herramienta y con ella se crea un relato para legitimar nuestro futuro en un pasado reconstruido artificialmente. Hay ejemplos para todos los gustos, pero me preocupan los que nos atañen, los vascos.
Últimamente se ha puesto de moda desde el nacionalismo español la obsesión por utilizar y manipular la vida y hechos de marinos vascos para presentar un pasado irreal de un patriotismo español voraz, tejiendo la vida de estos hombres de un interesado relato lleno de menciones patrióticas que estos hombres nunca sintieron, ni entenderían. De menciones a España como una institución política que estos hombres nunca conocieron sino como un locativo y de ausencias y omisiones de la realidad social y política que ellos vivieron. La escenografía, carente de todo realismo histórico, llena la agitación de un nacionalismo español que se adueña de una idea de Estado que ese mismo nacionalismo español destruyó.
Juan Sebastián Elcano o Blas de Lezo nacieron en un Estado con el que la actual España solo comparte el nombre. Un Estado que los gobiernos españoles desmembraron a golpe de decreto y bayoneta. En la Gipuzkoa de Elcano o Lezo la relación con el poder central de Madrid era la que actualmente ostenta un Estado asociado, con aduanas, exención de levas, exención fiscal, etc. En esa Gipuzkoa no había banderas de España, (no las había ni en Madrid), no había siquiera una España, sino reinos, Aragón, Navarra, Castilla y un sentimiento lealista basado en la ambición personal y el honor. Nada relacionado a un patriotismo ridículamente escenificado hoy en día. Elcano nunca tuvo ningún contrato con España, ni sirvió a España, que no era ninguna entidad jurídica, arrendó sus barcos al rey de Castilla que al no pagarle sus servicios le arruinó y luego se embarcó arruinado en una expedición de la que al regresar trato de obtener el máximo beneficio personal. Blas de Lezo antes de luchar en los navíos de guerra de los Borbones en España, lo hizo en los navíos de guerra de los Borbones en Francia durante años, sin que ningún gobierno francés quiera ponerle un halo patriótico. Participó en el bombardeo de Barcelona en 1714, sin importarle si los catalanes eran españoles o no, simplemente porque no existía ninguna concepción nacional y lo único que defendía era los intereses de los Borbones respecto de los Austrias.
No podemos dejar que todo el bagaje y recuerdo de estos “héroes” de nuestro pasado quede reflejado en la exclusividad de una lectura tan incompleta e interesada. Vasconia ha dado muchos hijos e hijas protagonistas de las más grandes gestas, no solo bélicas, sino creativas, literarias, pictóricas, musicales y religiosas. Hombres y mujeres que esperan el obligado reconocimiento. No debemos dejar que el nombre de tan ilustres miembros de nuestra sociedad en el pasado, queden manoseados por intereses antagónicos a su realidad y a la de la sociedad en la que vivieron. Si no hacemos nuestros, a nuestros propios héroes, los hacemos suyos.
Es un proyecto pendiente de la mayoría de edad de esta sociedad, la creación de un “Museo de los héroes de Vasconia”. No para caer en la escenografía nacionalista española de banderitas que estos hombres nunca vieron, sino para hacer memoria digna de tan ilustres personajes con una información real y veraz. Un lugar donde nuestros jóvenes tomen reflejo del gran desempeño de muchos vascos en el pasado y donde construyamos un relato de la verdad sobre sus vidas y sus intereses. Un lugar a visitar por los estudiantes de los colegios desde Mauleón a Zalla y desde LLodio a Sangüesa. Un lugar sin connotaciones políticas, con el reflejo claro y puro de rendir homenaje a los mejores entre nosotros. Padres y madres todos ellos de nuestros orgullo y conductores de nuestras ambiciones.
Un museo que es además un escaparate internacional de nuestro desempeño humano en la historia. Como ese, tan pequeño, pueblo vasco ha dado como fruto una sociedad diversa y rica, basada en el respeto a la diferencia y el aprecio a nuestra foralidad y autogobierno, que ha tenido un papel tan importante en la historia. Hay multitud de personajes con derecho a una sala de ese museo en nuestra historia en todos los ámbitos, desde Juan de Urbieta, Cosme Damián Churruca, Juan de Oñate, Cristóbal Balenciaga, Francés de Jaso (S.F.Javier), Ignacio de Loyola, Catalina de Erauso, Juan Crisóstomo Arriaga, Bruno Mauricio de Zabala, Manuel Iradier, Juan Sebastián Elcano, José María Arizmendiarrieta, José Miguel de Barandiarán, Manuel de Larramendi, Agustí Xaho, Pedro de Axular, Andrés de Urdaneta, Miguel López de Legazpi…..
Un lugar de la memoria de nuestro pasado, un homenaje a nosotros mismos y a los frutos de nuestra sociedad. Hagámoslo, se lo debemos y nos lo debemos.
Jaja como jode eh, me preguntó que hicieron todos esos hombres 🤭🤭🤭🤭